El trastorno específico del lenguaje –TEL– es
difícil de definir, de diagnosticar y de tratar.
Hace referencia a los niños con problemas en el
lenguaje con habilidades cognitivas normales y sin una causa identificable de
esas dificultades. El diagnóstico es pues de exclusión, es decir, descartando
otras causas que puedan explicarlo, y abarca un espectro tan amplio de
manifestaciones que no ayuda a su comprensión.
Conocerlo es pues muy importante para poder
entender las dificultades a las que se enfrenta el niño que lo tiene y atender
adecuadamente sus necesidades.
De las muchas características que compartimos
todos los seres humanos yo destacaría tres: la capacidad de andar erguidos
–bipedismo–, la de formar una pinza oponiendo el pulgar a los otros dedos de la
mano y el lenguaje.
Quizá la más compleja de todas sea el lenguaje,
una capacidad fascinante de la que aún no comprendemos muy bien ni cómo surge
ni cómo funciona, pero sabemos que interviene en el análisis de lo que
percibimos, en nuestras emociones y en la elaboración de ideas. Nos ayuda a
recordar el pasado y a imaginar el futuro. Es el soporte de nuestro mundo
interior, de nuestro «yo» y también la herramienta que nos permite
transmitirlo.
Las deficiencias en el lenguaje interfieren en
todos estos procesos. Pueden ser debidas a problemas en la comprensión, en la
expresión o en ambas y sus causas muy variadas. Digamos que evaluar y definir
los problemas del lenguaje es tan complejo como el propio lenguaje y que no hay
consenso sobre ello.
Y el trastorno específico del lenguaje no se
escapa a esta dificultad.
¿Qué es el TEL?
La respuesta es controvertida,
incluso hay controversia sobre si debe usarse o no el término Trastorno
Específico del Lenguaje.
El término TEL aparece en la
literatura médica anglosajona de los años 80 del siglo XX, en inglés «specific
language impairment» (SLI), para describir a los niños que tienen
impedimentos en su lenguaje, con habilidades cognitivas normales y sin
causa demostrable de la alteración del lenguaje.
Describir las dificultades del lenguaje infantil
ha resultado siempre complicado. Para empezar, el estudio del lenguaje se ha
abordado desde múltiples disciplinas, entre otras, se ocupan de ello la
lingüística, la medicina, la patología del habla y la psicología del
desarrollo. Esto propicia la aparición de diferentes modelos y marcos teóricos
para explicar cómo surge y se produce el lenguaje humano, y por tanto será
también muy variada la forma de explicar sus dificultades.
Las primeras descripciones, de principios del s.
XIX, ya hacen referencia a niños con problemas específicos del lenguaje en
ausencia de otras alteraciones. Primero se centraron en los niños cuya
expresión estaba gravemente limitada y así se hablaba de «afasia congénita» o
«afasia infantil», después empiezan a distinguirse las dificultades entre la
comprensión y la expresión del lenguaje y se usan términos como «sordera
congénita de palabras», «desarrollo del habla retrasado» o «agnesia auditiva
verbal congénita». Toda esta terminología inicial es propia de la neurología
del adulto.
A partir de la segunda mitad del siglo XX,
las teorías psicolingüísticas y nativistas ofrecen una visión
modular del funcionamiento de las estructuras del sistema nervioso
central y consideran que la adquisición del lenguaje es un proceso
independiente de otros. Así la causa del problema ya no es neurobiológica sino
psicolingüística, de manera que los problemas del lenguaje serían debidos a
defectos aislados en los «sistemas cerebrales del lenguaje».
Con el uso cada vez más extendido de los test
psicométricos podía «medirse» la habilidad lingüística de un individuo
comparándola con la esperada para su edad, por eso empiezan usarse términos
como «lenguaje desviado», «trastorno del lenguaje», «lenguaje retrasado» y
«trastorno del desarrollo del lenguaje», para acabar imponiéndose en los años
80 los términos «déficit de lenguaje específico» y «trastorno específico del
lenguaje».
Aunque actualmente hay muchas
definiciones del TEL, todas coinciden en que la dificultad del lenguaje se
produce en ausencia de otras deficiencias de neurodesarrollo.
En cambio, no hay consenso respecto a los dos
aspectos más importantes:
·
a partir de
qué nivel de habilidad del lenguaje se considera que hay un déficit
·
y cuanta debe
ser la discrepancia entre las habilidades lingüísticas y el resto de
habilidades cognitivas para excluir una discapacidad cognitiva.
Por otra parte, los criterios de exclusión para
un diagnóstico de TEL se pueden interpretar y, por tanto, usar de manera
diferente. Así hay quien defiende que el TEL puede coexistir con otros
trastornos como el autismo, el TDAH, la hipoacusia corregida con implantes
corleares, e incluso aparecer en situaciones no patológicas como serían el
bilingüismo o el uso dialectal del lenguaje.
Toda esta controversia empeora con la
desaparición del TEL de las últimas versiones de manuales diagnósticos como el
DSM-V, ampliamente usado dentro y fuera de las fronteras estadounidenses.
En mi opinión estas discusiones teóricas, aunque
muy importantes, no deben hacernos olvidar que son muchos los niños que padecen
dificultades en el neurodesarrollo del lenguaje y que nuestro objetivo debe ser
prestarles la ayuda que necesitan para mejorar su lenguaje y con él su
capacidad de reflexión y comunicación. Por eso voy a quedarme con una
definición operativa que creo que sirve bien para este propósito.
El TEL es un trastorno del neurodesarrollo que
afecta exclusivamente al lenguaje. Incluye a todo trastorno de lenguaje que se
caracterice por un desarrollo lento y retrasado respecto a su edad cronológica
y que no tenga relación con una deficiencia auditiva, motora, cognitiva o de
conducta, tampoco con el autismo. Y de una forma práctica podemos distinguir
dos tipos:
·
TEL de
predominio expresivo: los niños tienen una memoria normal que permite reconocer
los fonemas y las palabras comprendiendo su significado; pero se expresan mal,
no encuentran la palabra adecuada para lo que tienen que decir y son lentos en
la formación de frases.
·
TEL con
alteraciones expresivo-receptivas: en este caso tienen dificultades para
reconocer los fonemas y las palabras, su memoria fonética es limitada, aunque
curiosamente su expresión es algo mejor que la de los niños del primer grupo.
Como en todos los trastornos, no existe un
marcador biológico que nos permita identificar a los niños con TEL, es decir,
no hay una prueba médica –análisis, pruebas de imagen o neurofisiológicas– que
nos corrobore que un niño tiene un TEL.
Diagnóstico
Sin marcadores biológicos ni consenso claro sobre
qué es el TEL, su diagnóstico resulta aún más difícil que su definición.
El desarrollo del lenguaje tiene unos márgenes de «normalidad» muy
amplios, tanto cuantitativos –cuánto tiene que comprender y
expresar el niño a una edad determinada– como cualitativos –cómo
tiene que hablar a esa edad– y también entre distintos niños –variabilidad
interindividual– y para un mismo niño en distintos momentos –variabilidad
intraindividual–.
Además el propio dinamismo del neurodesarrollo
hace que no podamos asegurar un diagnóstico hasta una edad determina, ya que
durante el proceso de adquisición del lenguaje podría alcanzar la normalidad.
Tampoco los retrasos ni alteraciones del lenguaje son signos exclusivos del
TEL, pueden serlo de otros problemas distintos. Por eso es arriesgado
diagnosticar un TEL antes de los 5 años de edad, aunque podamos sospecharlo
desde mucho antes.
Por otra parte, interesa detectar cuanto
antes los problemas del neurodesarrollo ya que sabemos que a mayor
precocidad de tratamiento, mejor pronóstico. Diversos estudios
poblacionales apoyan la idea de que el nivel de desarrollo de lenguaje
alcanzado a los 5 años de edad permite pronosticar las habilidades lingüísticas
en la edad adulta. Así que ante cualquier retraso o anomalía del desarrollo del
lenguaje debemos intervenir cuanto antes aún sin poder establecer un
diagnóstico concreto.
Siendo prácticos, podemos sospechar el diagnóstico de TEL cuando
nos encontremos con:
- Un lenguaje impropio para la edad del
niño de forma repetida a distintas edades: vocabulario escaso,
dificultades para formar y ordenar los elementos de la frase, ausencia de
elementos de nexo, dificultad para usar frases subordinadas…
- Una discrepancia cognitiva: a pesar
de sus dificultades con el lenguaje, el niño se muestra hábil en la
resolución de problemas espaciales, geométricos, figurativos y simbólicos.
- La ausencia de una causa que
explique las dificultades del lenguaje: sordera, falta de
estimulación, malformaciones
cerebrales…
Podemos decir que existe un trastorno del
lenguaje cuando el nivel de habilidades lingüísticas afecta a la capacidad
del niño para cumplir con las expectativas sociales y educativas que se esperan
a su edad.
Tratamiento del TEL
No importa si la definición o el diagnóstico son
controvertidos, puesto que aquí se trata de una dificultad en el desarrollo del
lenguaje.
El tratamiento no debe demorarse ni esperar a
confirmar el diagnóstico y será siempre logopedia.
Como en cualquier otro trastorno del
lenguaje, el logopeda diseña un plan terapéutico
individual.
Primero traza el perfil lingüístico que
presenta el niño y su nivel de comunicación para enfocar el tratamiento en las
deficiencias específicas que presente en cuanto a la comprensión y sus
habilidades fonéticas, semánticas, morfosintácticas o pragmáticas. Así por
ejemplo, le enseña las estructuras gramaticales, aumenta la diversidad de
su vocabulario y trabaja para alargar las conversaciones.
Además analiza su entorno y
procura que haya un ambiente favorable al desarrollo del lenguaje,
aconsejando pautas de comunicación en el entorno familiar y escolar.
Las técnicas de aprendizaje del lenguaje son muy
variadas, incluyen trabajar la comprensión mediante ejemplos e imitaciones y la
repetición de estructuras gramaticales que después se deben practicar en el
entorno natural del niño. Por eso, trabajar con lo más pequeños incluye enseñar
también a los miembros de la familia a estimular el desarrollo del lenguaje,
dando así continuidad en el hogar a las estrategias utilizadas en la terapia.
Al seguir las mismas consignas en terapia y en casa, el niño avanza más y se
evitan confusiones.
Por la misma razón cuando el niño ya va al
colegio es importante que también los maestros se involucren y faciliten las
habilidades lingüísticas necesarias para un buen rendimiento
académico. Por ejemplo, el logopeda puede trabajar en colaboración con el
maestro para enseñarle al niño el vocabulario nuevo que estudiará en los
próximos temas. Si lo que hay son deficiencias de habilidades pragmáticas, se
pueden enseñar las habilidades de comunicación social mediante la interacción
entre compañeros.
El resultado de la terapia es muy variable.
Cuánto más leve es el trastorno, mayor será la probabilidad de mejorar. Y
aunque no se sabe con certeza qué estrategias terapéuticas son las más
efectivas, sí se sabe que los niños que no reciben tratamiento tienen
peor pronóstico.
Fuente: Neuronas en Crecimiento
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