Tiene razón, la amargura es un veneno poderoso
que contamina todas las áreas de la vida y a todo aquel que se acerca. Es un
cóctel tóxico cuyos ingredientes son la tristeza por uno mismo, por lo que pudo
ser y no fue.
«Amargura no, por favor. Puedo soportar sentir
tristeza, enfado, asco y miedo, pero la amargura es lo peor» Son las palabras
de María que se enfrenta a un divorcio conflictivo. Tiene razón, la amargura es
un veneno poderoso que contamina todas las áreas de la vida y a todo aquel que
se acerca. Es un cóctel tóxico cuyos ingredientes son la tristeza por uno
mismo, por lo que pudo ser y no fue. Se añaden grandes dosis de resentimiento
hacia el otro, por lo que debió hacer y no hizo y de frustración hacia la vida
por sus injusticias.
Es un verdadero obstáculo en el camino de la
recuperación, pues el pesimismo y el malhumor tiñen cada segundo. En el caso de
María, es la decisión de su hijo adolescente de vivir con su padre que «ha
comprado su voluntad con el dinero que yo no tengo», relata. Lo sucedido es, a
todas luces, injusto para ella que se ha desvivido por su vástago todos estos
años. Sin embargo, sus buenas razones para estar triste y enfadada le están
amargando la vida. Está siempre enfadada, con una actitud cínica y negativa
ante la vida. Lanza pullas a todo el que se acerca, le molesta la alegría de
los demás y la relación con su hijo se ha llenado de sarcasmo. Cada momento de
su día tiene un sabor amargo.
La amargura clama justicia
Gritar con fuerza «hay que hacer algo» cuando sucede
una injusticia es una afirmación legítima que ha ayudado a conseguir muchos
logros. Sin embargo, la trampa del amargado es considerar que ese algo lo tiene
que hacer otro, el ofensor, ya sea el hijo, el marido, el amigo, el gobierno,
el político, la empresa o el mismo Dios llegado el caso.
Para justificar su postura, tiene una larga lista
de buenas razones. Es en este listado donde se esconde el veneno: el impulso a
actuar que promueve la ira se da de bruces con la pasividad de la pesadumbre
que dice «no es a ti a quien toca mover ficha, tú eres la/el agraviada/o».
Este conflicto es la antesala de la llamada
indefensión aprendida, término acuñado por Martín Seligman, conocido por ser el
padre de la Psicología Positiva, la ciencia que estudia el bienestar. Supone
vivir bajo el yugo de una situación injusta o dolorosa, pero haber tirado la
toalla pensando que no hay nada que puedas hacer para cambiar las cosas. Estos
pensamientos se observan a menudo en las víctimas de maltrato y abuso y son
precursores de la depresión, la adicción y los trastornos de ansiedad entre
otros.
¿No te has preguntado alguna vez por qué hay
gente que le habla a la televisión para clamar justicia? Justo lo que le sucede
ahora a un caballero sentado en la mesa que tengo al lado en una cafetería.
«Seguramente, lo hace para esquivar la indefensión aprendida», me digo.
Mientras se aúlla como un lobo contra la pantalla, la fantasía de hacer algo
está activada. Si cuando se apaga la tv el malestar persiste a lo largo del día
¡estás infectado de amargura!
¿Prefieres tener razón o ser feliz?
Esta pregunta era un clásico de los cursos de
desarrollo personal y autoestima hace años. Perseguir a toda costa llevar razón
es un motivador, a priori, para luchar contra las injusticias, pero se paga el
peaje de vivir alejado de otras grandes emociones motivadoras como son la
alegría y el altruismo. Por no hablar de la conducta de evitación de los demás.
Sin embargo, el riesgo mayor es convertirse en una persona amargada, con
pensamientos rígidos y conductas ofensivas, eso sí, muy bien justificadas.
La respuesta de los asistentes al curso más
amargados solía ser «a mi lo que me hace feliz es llevar razón» y abandonaban
el aula airados, para después meter pullas, ironizar y desdeñar al resto de
participantes a los que llamaban ‘flower power’. La amargura considera ingenua
y superficial la necesidad de felicidad.
Un estudio encargado por EL MUNDO a Sigma Dos
evidenciaba que el 55,3% de los jóvenes entre 18 y 29 años prefería estar en el
paro a seguir trabajando en un puesto que les hiciera infelices. «Los jóvenes
se han cansado de vivir para trabajar», concluía la investigación. Buscar una
vida mejor que la de sus padres determinada por la productividad a toda costa
es un deseo comprensible y que los jóvenes se pongan manos a la obra para
conseguirlo también.
Sin embargo, la amargura puede estar al acecho
detrás de su objetivo. Por una parte, la frustración por la realidad que no se
puede cambiar fácilmente puede llevar a renunciar y rendirse antes de tiempo, a
hacer desconfiar de las propias capacidades y teñir la vida de desilusión. No
tener recursos para persistir ante los retos es un efecto negativo de la
sobreprotección en todos los ámbitos.
El otro aspecto es la ilusión de control,
alimentada por la cultura tecnológica donde parece que la realidad es
fácilmente controlable con un ‘click’. Esta ilusión se derrumba ante las
tragedias de nuestra vida o la incapacidad para ponernos de acuerdo incluso en
aspectos cruciales para todos. El control lleva al descontrol y, de ahí a la
desesperanza y la amargura, hay solo un paso.
El psicólogo Paul Watzlawick, en su libro ‘El
arte de amargarse la vida’ (1983), medio en broma medio en serio afirma que
«llevar una vida amargada lo puede cualquier, pero amargarse la vida a
propósito es un arte que se aprende«. La amargura no siempre tiene que ver con
los eventos externos sino con una actitud vital negativa y derrotista provocada
a menudo por viejos patrones y hábitos. Como dice el proverbio: para algunos no
hay nada más difícil de soportar que una serie de días buenos.
María, mi paciente decidió abandonar la amargura
y reconciliarse con su hijo «porque -tal y como aseguró- hay cosas que no se
compran con dinero». Y tú, ¿qué prefieres tener razón o ser feliz?
Cómo apoyar a
un amargado (sin que te intoxique)
«La realidad es como es y en ella se oculta la
felicidad que no proviene de la manipulación de los hechos o personas sino del
desarrollo de la paz interior, aún en los desafíos y dificultades», afirma
Robin Norwood, psicóloga especialista en dependencia emocional. Las personas
con amargura se vuelven muy dependientes de la realidad que desean cambiar, pues
es en ese cambio donde se proyecta su felicidad.
La persona amargada necesita ayuda, pero hay que
ponerse un traje antivirus porque su cercanía puede destrozar la autoestima.
Estas son algunas sugerencias:
·
No tomarse al
pie de la letra lo que dice
·
No considerar
sus ataques como algo personal
·
Hablar de lo
que les sucede, pero con un cierto desapego
·
Ver con ella
otros puntos de vista
·
Hacer todo lo
anterior durante un tiempo limitado
·
Detectar sus
comportamientos pasivo-agresivos y señalarlos
·
No reaccionar
a su cinismo, es mejor salir del terreno de juego
·
Tomarse un
tiempo para uno mismo y descansar de la nube amarga
Fuente: EnpositivoSI
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