lunes, 19 de junio de 2023

¿Qué prefieres tener razón o ser feliz?

 

Tiene razón, la amargura es un veneno poderoso que contamina todas las áreas de la vida y a todo aquel que se acerca. Es un cóctel tóxico cuyos ingredientes son la tristeza por uno mismo, por lo que pudo ser y no fue.

«Amargura no, por favor. Puedo soportar sentir tristeza, enfado, asco y miedo, pero la amargura es lo peor» Son las palabras de María que se enfrenta a un divorcio conflictivo. Tiene razón, la amargura es un veneno poderoso que contamina todas las áreas de la vida y a todo aquel que se acerca. Es un cóctel tóxico cuyos ingredientes son la tristeza por uno mismo, por lo que pudo ser y no fue. Se añaden grandes dosis de resentimiento hacia el otro, por lo que debió hacer y no hizo y de frustración hacia la vida por sus injusticias.

Es un verdadero obstáculo en el camino de la recuperación, pues el pesimismo y el malhumor tiñen cada segundo. En el caso de María, es la decisión de su hijo adolescente de vivir con su padre que «ha comprado su voluntad con el dinero que yo no tengo», relata. Lo sucedido es, a todas luces, injusto para ella que se ha desvivido por su vástago todos estos años. Sin embargo, sus buenas razones para estar triste y enfadada le están amargando la vida. Está siempre enfadada, con una actitud cínica y negativa ante la vida. Lanza pullas a todo el que se acerca, le molesta la alegría de los demás y la relación con su hijo se ha llenado de sarcasmo. Cada momento de su día tiene un sabor amargo.

La amargura clama justicia

Gritar con fuerza «hay que hacer algo» cuando sucede una injusticia es una afirmación legítima que ha ayudado a conseguir muchos logros. Sin embargo, la trampa del amargado es considerar que ese algo lo tiene que hacer otro, el ofensor, ya sea el hijo, el marido, el amigo, el gobierno, el político, la empresa o el mismo Dios llegado el caso.

Para justificar su postura, tiene una larga lista de buenas razones. Es en este listado donde se esconde el veneno: el impulso a actuar que promueve la ira se da de bruces con la pasividad de la pesadumbre que dice «no es a ti a quien toca mover ficha, tú eres la/el agraviada/o».

Este conflicto es la antesala de la llamada indefensión aprendida, término acuñado por Martín Seligman, conocido por ser el padre de la Psicología Positiva, la ciencia que estudia el bienestar. Supone vivir bajo el yugo de una situación injusta o dolorosa, pero haber tirado la toalla pensando que no hay nada que puedas hacer para cambiar las cosas. Estos pensamientos se observan a menudo en las víctimas de maltrato y abuso y son precursores de la depresión, la adicción y los trastornos de ansiedad entre otros.

¿No te has preguntado alguna vez por qué hay gente que le habla a la televisión para clamar justicia? Justo lo que le sucede ahora a un caballero sentado en la mesa que tengo al lado en una cafetería. «Seguramente, lo hace para esquivar la indefensión aprendida», me digo. Mientras se aúlla como un lobo contra la pantalla, la fantasía de hacer algo está activada. Si cuando se apaga la tv el malestar persiste a lo largo del día ¡estás infectado de amargura!

¿Prefieres tener razón o ser feliz?

Esta pregunta era un clásico de los cursos de desarrollo personal y autoestima hace años. Perseguir a toda costa llevar razón es un motivador, a priori, para luchar contra las injusticias, pero se paga el peaje de vivir alejado de otras grandes emociones motivadoras como son la alegría y el altruismo. Por no hablar de la conducta de evitación de los demás. Sin embargo, el riesgo mayor es convertirse en una persona amargada, con pensamientos rígidos y conductas ofensivas, eso sí, muy bien justificadas.

La respuesta de los asistentes al curso más amargados solía ser «a mi lo que me hace feliz es llevar razón» y abandonaban el aula airados, para después meter pullas, ironizar y desdeñar al resto de participantes a los que llamaban ‘flower power’. La amargura considera ingenua y superficial la necesidad de felicidad.

Un estudio encargado por EL MUNDO a Sigma Dos evidenciaba que el 55,3% de los jóvenes entre 18 y 29 años prefería estar en el paro a seguir trabajando en un puesto que les hiciera infelices. «Los jóvenes se han cansado de vivir para trabajar», concluía la investigación. Buscar una vida mejor que la de sus padres determinada por la productividad a toda costa es un deseo comprensible y que los jóvenes se pongan manos a la obra para conseguirlo también.

Sin embargo, la amargura puede estar al acecho detrás de su objetivo. Por una parte, la frustración por la realidad que no se puede cambiar fácilmente puede llevar a renunciar y rendirse antes de tiempo, a hacer desconfiar de las propias capacidades y teñir la vida de desilusión. No tener recursos para persistir ante los retos es un efecto negativo de la sobreprotección en todos los ámbitos.

El otro aspecto es la ilusión de control, alimentada por la cultura tecnológica donde parece que la realidad es fácilmente controlable con un ‘click’. Esta ilusión se derrumba ante las tragedias de nuestra vida o la incapacidad para ponernos de acuerdo incluso en aspectos cruciales para todos. El control lleva al descontrol y, de ahí a la desesperanza y la amargura, hay solo un paso.

El psicólogo Paul Watzlawick, en su libro ‘El arte de amargarse la vida’ (1983), medio en broma medio en serio afirma que «llevar una vida amargada lo puede cualquier, pero amargarse la vida a propósito es un arte que se aprende«. La amargura no siempre tiene que ver con los eventos externos sino con una actitud vital negativa y derrotista provocada a menudo por viejos patrones y hábitos. Como dice el proverbio: para algunos no hay nada más difícil de soportar que una serie de días buenos.

María, mi paciente decidió abandonar la amargura y reconciliarse con su hijo «porque -tal y como aseguró- hay cosas que no se compran con dinero». Y tú, ¿qué prefieres tener razón o ser feliz?

Cómo apoyar a un amargado (sin que te intoxique)

«La realidad es como es y en ella se oculta la felicidad que no proviene de la manipulación de los hechos o personas sino del desarrollo de la paz interior, aún en los desafíos y dificultades», afirma Robin Norwood, psicóloga especialista en dependencia emocional. Las personas con amargura se vuelven muy dependientes de la realidad que desean cambiar, pues es en ese cambio donde se proyecta su felicidad.

La persona amargada necesita ayuda, pero hay que ponerse un traje antivirus porque su cercanía puede destrozar la autoestima. Estas son algunas sugerencias:

·      No tomarse al pie de la letra lo que dice

·      No considerar sus ataques como algo personal

·      Hablar de lo que les sucede, pero con un cierto desapego

·      Ver con ella otros puntos de vista

·      Hacer todo lo anterior durante un tiempo limitado

·      Detectar sus comportamientos pasivo-agresivos y señalarlos

·      No reaccionar a su cinismo, es mejor salir del terreno de juego

·      Tomarse un tiempo para uno mismo y descansar de la nube amarga

 

Fuente: EnpositivoSI


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