Vivir la muerte de un ser querido es
probablemente una de las cosas más difíciles por las que pueda pasar un ser
humano.
La experiencia es única y distinta para cada
persona y ninguna pérdida es comparable a otra, por lo que cada doliente siente
y expresa su dolor de una sola manera, la suya.
Este proceso de incorporar a la vida cotidiana la
ausencia definitiva de un ser querido está claramente influido por la cultura,
las creencias y las reglas sociales.
Hay cuatro fases secuenciales:
1. Experimentar pena y dolor.
2. Sentir miedo, ira, culpabilidad y resentimiento.
3. Experimentar apatía, tristeza y desinterés.
4. Reaparición de la esperanza y reconducción de la
vida.
En el duelo se pueden presentar una gama muy
amplia de manifestaciones normales:
·
Físicas: pérdida de
apetito, alteraciones del sueño, pérdida de energía y agotamiento y diversas
quejas somáticas (algunas relacionadas con la enfermedad que tuvo el
fallecido).
·
Conductuales: agitación,
llanto, cansancio y aislamiento.
·
Cognitivas: pensamientos
obsesivos acerca del fallecido, baja autoestima.
·
Autorreproches, sensación de
indefensión, desesperanza, sensación de irrealidad y problemas con la memoria y
la concentración.
·
Afectivas: tristeza,
desesperación, ansiedad, culpa, enfado y hostilidad, incapacidad para disfrutar
de las cosas agradables y sentir placer, soledad.
A veces se asocia a problemas de salud como
depresión, ansiedad generalizada, crisis de angustia, abuso de alcohol o
psicofármacos. Y el duelo prolongado, a un aumento de la mortalidad por suicidio
y eventos cardiovasculares, y a una mayor demanda de apoyo sanitario.
El apoyo más importante que una persona recibe
después de sufrir una pérdida proviene de amigos y familiares, pero en caso de
dificultades para superar la pérdida, puede ser útil el apoyo terapéutico. El
periodo de duelo permite a la persona superar la pérdida, vivir sin la persona
fallecida e independizarse emocionalmente de ella, tomar decisiones por sí
mismo, establecer nuevas relaciones, siendo capaz de superar los momentos más
críticos como celebraciones familiares, cumpleaños o fechas significativas.
Las estrategias de apoyo psicológico o médico
buscan ayudar a la persona a superar este proceso, haciendo posible hablar de
la persona fallecida y reconocer si hay emociones mínimas o exageradas
alrededor de la pérdida, con vivencias de culpa, rabia u otros sentimientos
negativos.
Entre las técnicas terapéuticas que pueden
utilizarse en este proceso de adaptación a la ausencia de la persona querida,
se encuentran:
·
Anticipación de fechas y situaciones. Algunas fechas (aniversario de la muerte, cumpleaños, Navidades, Todos
los Santos, etc.) son especiales, y con ellas llegarán nuevos tirones de dolor
que sorprenden y desmoralizan, por lo que conviene tenerlas en cuenta para
adelantarse si están por venir, adivinando o imaginando como se vivirán, o
averiguar el impacto y la estela que han dejado atrás si ya han ocurrido.
·
Toma de decisiones,
solución de problemas y adquisición de habilidades. A veces la persona en duelo
tiene un auténtico bloqueo cognitivo mezclado con miedo, ya que su mundo se le
ha venido abajo y todo puede ser extremadamente peligroso. En esta situación, a
veces, la toma de decisiones resulta difícil o es necesario adquirir
habilidades que ejercía la persona fallecida (arreglo de un enchufe, cambiar
una bombilla, ir al banco, etc.).
·
Concretar los problemas,
generar alternativas, elegir una opción, ponerla en marcha y evaluar
resultados.
·
La narración de un hecho trágico lo desdramatiza en parte. El relato pormenorizado y redundante de la
muerte es catártico, lava, purga, abre la espita de la emoción y además libera,
ordena y estructura el pensamiento. Casi hace de la muerte una parte de
nosotros mismos, la normaliza y ayuda a superarla.
·
Hablar de retazos de vida pasada, extraerlos del viejo archivo de la memoria y actualizarlos. Los
vínculos son ahora distintos, pero perviven. Puede hacer nuevas amistades,
ilusionarse con los nietos, la vida... Sin miedo, nunca se va a olvidar porque
el olvido es imposible.
·
Prescripción de tareas
concretas e individualizadas que comprometen al doliente y le obligan en su
consecución.
·
Realizar ejercicio físico con unas pautas determinadas, consiguiéndose, además -por el efecto
dominó y casi sin querer- cambios en otros hábitos de vida del doliente, y
sobre todo evitando maneras de afrontar su pérdida, claramente perjudiciales:
abusar del alcohol, del tabaco, del vídeo, de la televisión, del juego, etc.
·
Hablar de los sueños y de
las presencias visuales, auditivas, táctiles... Es conveniente hablar de ellos
y del significado que tienen para el doliente.
·
Utilización de psicofármacos. En el duelo normal sólo deben tomarse fármacos para trastornos
concretos y durante un tiempo limitado y ocasional, con el fin de evitar
medicalizar el duelo. Los antidepresivos son totalmente ineficaces frente a la
tristeza del duelo si no existe depresión.
·
Debe alejarse
de estilos de afrontar las dificultades claramente perjudiciales, como son los
'compensadores químicos' que utilizan sustancias para curar su dolor y su
impotencia como alcohol, nicotina, pastillas... O conductas repetitivas y
compulsivas del tipo 'trabajo adicto', jugador de máquinas, etc. que anclen el
dolor y lo narcoticen por la repetición.
Debe
solicitarse atención especializada en caso de:
·
Estilos de
afrontar los problemas abiertamente autolesivos a corto o largo plazo (exceso
de consumo de drogas, alcohol, ludopatías, obsesiones...).
·
Aparición de
problemas de salud mental asociados: fobias, crisis de angustia, etc.
·
No superación
del duelo: aparente ausencia de duelo, cronificación...
Fuente: Clínica Universidad de
Navarra