El estrés
crónico es uno de los grandes males de nuestro tiempo. Durante el invierno
pensamos frecuentemente en el verano, asociándolo a descanso, desconexión de
las obligaciones cotidianas, relajación, tiempo libre, familia, amigos, etc.
Algunos
efectos no tan positivos pueden ser determinados procesos infecciosos (diarrea,
conjuntivitis, otitis), quemaduras solares, enfermedades…
Las vacaciones
disminuyen nuestros niveles de estrés, manteniéndose algún tiempo tras la
vuelta a la rutina. El periodo estival asocia cambios que favorecen dicha
situación, como por ejemplo el incremento en la duración de los días o en la
temperatura, el clima seco, entre otros.
En virtud a
dichas variaciones, se suelen modificar los estilos de vida, hábitos
dietéticos, rutinas de ejercicio, etc. Aunque dichos cambios se instauran, de
manera paulatina, durante la primavera, en ocasiones la adaptación a dicha
situación puede acabar impactando sobre la salud.
La mayor
intensidad lumínica, que acompaña al incremento en la duración de los días,
impacta sobre los biorritmos, tendiendo a prolongar la actividad durante todo
el día, prolongando las horas de ocio y retrasando o acortando las horas de
ocio. Es importante mantener las 8 horas de descanso. Además, también afecta
positivamente al estado de ánimo.
El aumento de
temperatura puede complicar el manejo de los líquidos corporales que realiza el
cuerpo, especialmente en situaciones de deterioro previo (neurológico,
cardiológico, metabólico, respiratorio, renal, etc). En estas situaciones, es
fundamental mantener un estado de hidratación adecuado, especialmente en niños
y ancianos.
En verano, el
clima es más seco, pudiendo interrumpirse por momentos de inestabilidad
atmosférica que provoquen precipitaciones, contribuyendo a la presencia de
cambios térmicos.
Por ello, son
más frecuentes algunas patologías respiratorias (resfriados) o de origen
otorrinolaringológico (faringitis, entre otras). La asociación de mayores
temperaturas con climas más secos puede conllevar una mayor utilización del
aire acondicionado, favoreciendo todavía más la aparición de las patologías
citadas.
Los cambios
climatológicos estivales, junto con el incremento del tiempo de ocio, invitan a
modificar los estilos de vida (dieta, ejercicio físico, etc), a pasar más
tiempo al aire libre, y a compartir más tiempo con familia y amigos,
ayudándonos, así, a relajarnos y a desconectar.
La mayor
exposición solar tiene efectos positivos sobre el cuerpo, como por ejemplo el
incremento en los niveles de vitamina D. No obstante, debe realizarse con precaución
y utilizando ropa y cremas fotoprotectoras para evitar problemas, como el
cáncer de piel.
La
alimentación también se adapta a la época del año, incrementándose la ingesta
de frutas y verduras frescas. Son alimentos frescos bajos en calorías, que
ayudan a sentirnos más sanos y mejoran nuestra imagen corporal, aumentando
nuestra satisfacción.
Asociado al
calor, incrementamos la ingesta hídrica, mejorando nuestra hidratación. El
abuso de otros alimentos menos saludables (como helados, bebidas alcohólicas,
alimentos cocinados con exceso de aceites, etc), podrían generar cambios en
nuestro ritmo intestinal, y también podría aumentar el perímetro abdominal.
El incremento
de actividades de ocio y tiempo libre con familiares y amigos disminuye la
utilización de tecnologías, relajando nuestra actividad cerebral, estimulando
el razonamiento, la formulación de nuevas ideas, el análisis y la creatividad.
Además, se
dedica más tiempo a la realización de actividades por placer (lectura,
ejercicio físico, etc). La disminución del estrés durante las vacaciones,
persiste durante algún tiempo tras la vuelta a la rutina cotidiana. Las
vacaciones parecen tener un efecto protector frente a la depresión.
A nivel
cardiovascular, estudios como el de Framingham han demostrado que las personas
que no cogen vacaciones durante varios años presentan mayor riesgo de sufrir
ataques coronarios que aquellas personas que sí lo hacen.
Medidas para disfrutar del verano de manera
saludable
·
Planificar las
vacaciones, aptas para toda la familia si así se desea.
·
Practicar
hábitos y estilos de vida saludables (alimentación, ejercicio físico, etc).
·
No descuidar
los horarios, manteniendo un descanso de 8 horas.
·
Protegernos
adecuadamente de la exposición solar, mediante gafas de sol, ropas de manga
larga, sombreros y cremas fotoprotectoras, evitando la exposición solar en las
horas centrales del día. La aplicación de cremas fotoprotectoras debe repetirse
cada 2 horas.
·
Hidratarnos
adecuadamente. Cuidar especialmente la hidratación de niños y ancianos.
·
Lavar y pelar
frutas y verduras antes de ingerirlas.
·
Cocinar bien
carnes y pescados antes de ingerirlos.
·
Si viajamos al
extranjero:
o
Consultar, con
al menos 2 meses de antelación, con los organismos sanitarios pertinentes.
o
Beber agua
embotellada.
o
No tomar hielo
procedente de agua del grifo.
o
Prestar
especial cuidado a la comida, evitando comer en puestos callejeros.
·
Volver
paulatinamente a la rutina habitual.
Fuente: EfeSalud