La inactividad física, la comida rápida y el
estrés no hacen más que dañar nuestra salud. Toma nota y haz algo para
eliminarlos de tu rutina diaria. Tu cuerpo y mente te lo agradecerán.
La vorágine en
la que vivimos muchas veces nos empuja a incorporar a nuestra vida determinados
malos hábitos que, el día de mañana, nos pasarán factura. Por eso, sé precavido
y evítalos. Te ayudamos a identificarlos.
1. Saltarse el desayuno
Muchas personas no desayunan por falta de
tiempo o miedo a engordar. ¡Error! Estas personas aumentan de peso porque
tendrán más hambre durante el resto del día y seleccionarán peor los alimentos, tendiendo a comer los más grasos y ricos en
azúcares simples.
El desayuno debe constituir entre el 15-25% de
nuestra energía diaria. Un desayuno ideal está compuesto por: lácteo (leche,
yogurt, queso), hidratos de carbono (pan integral, cereales integrales…) y
fruta. Se puede añadir aceite de oliva, frutos secos e incluso algo de proteína
magra: jamón sin grasa, atún natural…
2. La comida rápida, los snacks y el picoteo
Beber un zumo vegetal o de fruta
natural, o tomarse cuatro nueces es totalmente recomendable en una dieta sana.
Son los llamados snacks saludables. Ahora bien, si hablamos de
otro tipo de snacks como ganchitos, patatas fritas,
gominolas o chocolatinas ricas en grasas… está claro que van a ser
perjudiciales para nuestra salud.
El horario de las comidas también es muy
importante. Y es que debemos hacer un mínimo de tres comidas siendo lo más recomendable entre 4 y 5 diarias.
3. Cenar tarde y mal
Cenar tarde hace que tengamos más problemas para
un descanso adecuado porque nuestro organismo tendrá que hacer la digestión en
las horas en que estamos durmiendo. Y es que la cena no debería suponer más
del 20% de la energía total de nuestra dieta.
Por otro lado, solemos acumular más “hambre” y
acabar ingiriendo muchas más calorías de las recomendadas, e incluso añadimos
algún aperitivo al final, que aporta un extra de calorías en forma de azucares
simples y grasas, que ya no quemaremos pues nos retiramos a dormir.
Ya lo dice el refrán: desayuna como un rey, come
como un burgués y cena como un mendigo.
4. La vida sedentaria
El estilo de vida sedentario es una de las 10
causas principales de mortalidad, morbilidad y discapacidad; constituyendo el
segundo factor de riesgo más importante para la salud, tras el tabaquismo.
La inactividad hace que se debiliten nuestros
huesos y perdamos masa muscular. Nos sentimos más débiles y nuestras
posibilidades de padecer artritis, artrosis u osteoporosis serán mucho mayores
en el futuro. También favorece la aparición del sobrepeso y la enfermedad
cardiovascular. ¿Aún no te has convencido?
Es fundamental la prevención del sedentarismo,
especialmente en la infancia. ¿Y cómo se previene el sedentarismo? Con la adopción de un estilo de vida “activo” que incluya la práctica de ejercicio
físico regular y a diario.
Es aconsejable que realicemos 30 minutos diarios de actividad
física. Éstas pueden incluir desde salir a pasear con el perro a
bailar o a practicar un deporte.
5. No cuidar tu vista
Los adelantos tecnológicos de la vida moderna provocan
que un gran número de personas se vea obligado a pasar mucho tiempo delante del
ordenador, así como de otros dispositivos electrónicos.
Esta elevada demanda visual, unida a factores
ambientales, ha traído como consecuencia la aparición de un conjunto de
síntomas que han sido descritos como síndrome visual del ordenador (SVO).
Este síndrome, que afecta a tres de cada cuatro
trabajadores incide en su calidad de vida y se caracteriza por síntomas como
ojos secos, dolor de cabeza, fatiga visual, visión borrosa y doble y dolor de
cuello, espalda u hombros.
Si este es tu caso, procura evitar los reflejos, tener una buena iluminación, hacer pausas, parpadear
para humedecer los ojos y, en caso de que sea necesario, aplicar lagrimas
artificiales.
6. Estar siempre estresado
Imagina que cuando tu coche está en punto muerto,
en vez de estar en 1000 revoluciones por minuto estuviese en 3000 ¿Qué
ocurriría? Pues que además de gastar un montón de gasolina estarías sometiendo
al motor a una tensión innecesaria que acabaría dañándolo. Así es el estrés
para el organismo, en situaciones de peligro físico nos viene bien para
superarlo, pero en nuestro día a día lo único que hacemos es consumir recursos
de nuestro organismo sin utilizarlos para nada útil. Y todo porque le estamos
diciendo a nuestro cuerpo que estamos en peligro en situaciones que, aunque nos
parezcan difíciles, no suponen ningún peligro inmediato para nuestra
supervivencia.
La clave pasa, sobre todo, por aumentar nuestra seguridad
personal o nuestros recursos, para que las situaciones a las que nos enfrentamos en el día a día no
las identifiquemos como peligro. También por cambiar pautas en nuestro pensamiento, ya que las personas que permanentemente piensan en negativo están
sometidas a una fuente de estrés permanente.
7. Las preocupaciones
‘Pre-ocuparse’, como su nombre indica, significa
ocuparse antes de tiempo y es obvio que no podemos ocuparnos ahora de cosas que
todavía no han ocurrido. Esto significa que ponemos nuestro cuerpo en tensión y
nuestra mente a trabajar, y no podemos olvidar que las células que más energía
consumen son las neuronas.
Además, cuanto más nos preocupamos por algo
negativo más queda nuestra mente secuestrada por las emociones de miedo, rabia
o tristeza que estamos sintiendo y, en vez de buscar soluciones para
resolverlo, lo que hace es centrarse más en las características negativas de la
situación creándose un círculo vicioso.
Como dice el proverbio chino: “Si una cosa tiene
solución, ¡para qué preocuparse!, y si no la tiene ¡para qué preocuparse!”
8. No ponerse crema
La piel es la barrera que nos protege del entorno
y atenderla es
cuidar una parte fundamental de nosotros.
Las agresiones externas producidas por el sol, el
aire y todo tipo de agentes químicos y ambientales hacen que nuestra piel sufra
y se reseque. Por ello hay que prestar una especial atención a su nivel
de hidratación.
El uso de crema no sólo mejora la consistencia de
la epidermis, sino que además mantiene la humedad, contribuye a la regeneración
de células, proporciona vitaminas y otras sustancias esenciales
e incrementa la elasticidad.
La piel realiza un proceso en constante de
renovación, pero con el paso de los años su estructura es más fina y menos
impermeable por lo que aparece más seca. Es importante por tanto ayudarle a
mantener el nivel de humedad adecuado aplicando una crema diariamente sobre la
zona afectada.